FUNDACIÓN JUSTICIA POSIBLE
Sumapaz, territorio de páramo vivo, donde las comunidades se organizan, dialogan y resuelven sus conflictos desde la cercanía, la confianza y la defensa colectiva del territorio.
SUMAPAZ
El páramo como escuela de convivencia
La experiencia de Sumapaz aporta una manera profundamente territorializada de entender y ejercer la justicia, nacida de la vida campesina y sostenida en relaciones de confianza, reciprocidad y solidaridad. Aquí, la justicia no es una instancia distante, sino una práctica cotidiana que emerge de encuentros comunitarios, mingas, acuerdos entre vecinos y diálogos que buscan cuidar la convivencia antes que sancionar. Las comunidades organizadas —a través de semilleros, grupos juveniles, procesos pedagógicos y espacios de liderazgo local— reconocen que resolver un conflicto implica comprender el entorno, la historia compartida y la responsabilidad colectiva sobre el territorio. Esto hace que la justicia comunitaria funcione como un dispositivo vivo que articula cuidado del agua, manejo del territorio, protección del páramo y fortalecimiento de la vida comunitaria. En Sumapaz, hacer justicia significa sostener el tejido social, mantener la palabra como herramienta de armonización y reafirmar que la comunidad es capaz de darse su propio orden, incluso en condiciones de aislamiento geográfico y escasa institucionalidad estatal.
Cuando la distancia se vuelve frontera
Pese a su fortaleza organizativa, la justicia comunitaria en Sumapaz enfrenta retos estructurales derivados del aislamiento, la fragmentación institucional y la persistente desconexión entre las formas campesinas de gestionar conflictos y los procedimientos centrales de la justicia estatal. La distancia con los centros urbanos y la limitada capacidad de las entidades para llegar al territorio dificultan que las comunidades accedan a mecanismos formales cuando se enfrentan a situaciones complejas que sobrepasan lo cotidiano. A esto se suma la histórica estigmatización hacia la región y hacia su organización social, lo que ha dejado huellas de desconfianza, subvaloración de los saberes locales y poca articulación entre los actores externos y la comunidad. En muchos casos, los procedimientos estatales exigen formalidades que no dialogan con la oralidad, los tiempos comunitarios ni con la realidad de un territorio donde la comunicación es lenta y dispersa. Además, las transformaciones sociales, la salida de jóvenes hacia la ciudad y la presión por nuevas formas de vida generan tensiones internas que complican la transmisión de saberes y la continuidad de prácticas tradicionales de resolución de conflictos. Todo ello conforma un escenario desafiante donde la comunidad debe sostener la convivencia con recursos propios mientras insiste en ser reconocida plenamente.
Viejos saberes, nuevas manos
Aun en medio de las dificultades, Sumapaz posee un enorme potencial para seguir fortaleciendo y proyectando la justicia comunitaria como un modelo legítimo, eficaz y coherente con su historia. Su tejido social, alimentado por procesos de educación popular, semilleros, grupos comunitarios y fuertes tradiciones organizativas, muestra que existe una base sólida para formar nuevas generaciones que comprendan la importancia de la palabra, la gestión colectiva del territorio y la resolución dialogada de conflictos. La experiencia acumulada en la defensa del páramo, en las prácticas de ayuda mutua y en la construcción de acuerdos locales permite imaginar una justicia más articulada con el Estado, pero sin perder su raíz campesina ni su orientación hacia el cuidado de la vida. El territorio, con su identidad fuerte y su memoria de resistencia, constituye un escenario fértil para innovar formas de justicia que integren pedagogía comunitaria, comunicación propia y liderazgo juvenil. Sumapaz tiene la capacidad de convertirse en referente de cómo la autonomía, la organización y la cohesión pueden sostener una justicia cercana, práctica y profundamente humana, capaz de dialogar con otros sistemas sin renunciar a su dignidad ni a su origen.